El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

miércoles, 4 de marzo de 2009

Bajo presupuesto, cortometraje.


MARZO 3

BAJO PRESUPESTO
Cortometraje


En un espacio abierto de una Institución educativa, (puede ser el corredor) muchachas en uniforme y sudadera hablan en grupos, ríen y miran de reojo a las otras y hacen comentarios. Entonces Ella, que viste de uniforme de falda a cuadros grises y rojos y una blusa blanca, y en su hombro lleva una especie de morral o bolso gris, se acerca a Él que se encuentra solo a la entrada del salón y viste jean, camisa negra y bufanda y espera para proyectar la película. Ella se acerca y le habla y hablando comienzan a caminar hacia un jardín que está volteando el salón...


Ella: ¿Cómo vas?

Él: muy bien, gracias

Ella: ¿qué viene a hacer hoy?

Él: vamos a proyectar unas películas

Ella: ¿con quiénes? ¿Con nosotras, las que estuvimos ayer en la feria?

Él: Creo que sí. Hoy están las de once.

Ella: pero somos siete grupos, ¿dónde vamos a caber todas?

Él: Es difícil pero trataremos de hacer dos funciones simultáneamente.

Ella: y ¿cuáles películas van a proyectar?

Él: En un sitio Buda explotó de vergüenza y en el otro La ola.

Ella: ¿las viste?

Él: claro, nunca presento nada sin antes haberlo visto y analizado.

Ella: ¿Vas mucho a cine?

Él: ir a una sala de cine, no, ahora las películas las veo en casa.

Ella: ¿no te gusta ir?

Él: me gusta, lo que pasa es que ahora el tiempo y especialmente el dinero no alcanza.

Ella: ¿por qué vamos a ver esas películas?

Él: en la Ola, la película alemana, al profesor de instituto Rainer Wenger se le ocurre la idea de un experimento que explique a sus alumnos cuál es el funcionamiento de los gobiernos totalitarios. Comienza así un experimento que acabará con resultados trágicos y en apenas unos días, lo que comienza con una serie de ideas inocuas como la disciplina y el sentimiento de comunidad se va convirtiendo en un movimiento real: LA OLA.Esta historia tiene sus orígenes en un hecho real cuando en el otoño de 1967, un profesor de historia en el Instituto Cubberley de Palo Alto, California, llamado Ron Jones dirigió un experimento en su clase. Durante una lección sobre el tema del Nacionalsocialismo, uno de sus alumnos hizo una pregunta que el profesor no pudo responder: "¿Cómo pudo el pueblo alemán alegar su ignorancia del genocidio judío? ¿Cómo podía la gente de las ciudades, los obreros, los profesores, los doctores, decir que no sabían nada de los campos de concentración y las matanzas? ¿Cómo gente que eran vecinos o incluso amigos de judíos podían decir que no estaban allí cuando sucedió todo?". Sin pensárselo dos veces, el profesor decidió llevar a cabo un experimento en la clase. Impuso un régimen de estricta disciplina en su clase, restringiendo la libertad de los alumnos y haciendo de ellos una unidad. Para gran asombro del profesor, los alumnos reaccionaron con entusiasmo a la obediencia exigida de ellos. El experimento, que originalmente debía durar solamente un día, pronto se extendió por toda la escuela. Aquellos que disentían fueron aislados o incluso agredidos si no se unían al movimiento, y los miembros comenzaron a espiarse y a desconfiar entre sí.En el quinto día, Ron Jones fue obligado a dar por terminado el experimento.Así que podrás darte cuenta que una decisión tomada en un salón de clase puede tener unas implicaciones muchas veces inexplicable y nos muestra el grado de responsabilidad y seriedad que tenemos los docentes en la formación del alumno.

Ella: por lo que dices suena bastante interesante. ¿Y nosotras qué vamos a hacer?

Él: primero ver la película, luego en clase con los docentes de español se trabajará en algo, pero aún no sé en qué.

Ella: ¿cuánto hace que vas cine?

Él: más años de los que tú tienes.

Ella: te escuché leer ayer en la feria, tu voz es seductora.

Él: gracias, pero no suelo leer en voz alta.

Ella: deberías hacerlo encantarías.

Él: deja de endulzarme el oído que estoy que lo creo.

Ella: seguro, a otras compañeras les escuché decirlo.

Él: es halagador, gracias, lo hace a uno sentirse bien.

Ella: ¿qué estudiaste?

Él: arte y otras cosas, como Gestión cultural.

Ella: ¿dictas clases en UPB?

Él: No, solo en proyectos.

Ella: ¿sales con alguien?

Él: ¡estás muy lanzada!

Ella: no sabías que esas cosas nosotras las mujeres las preguntamos.

Él: creo que me estoy haciendo viejo y no entiendo la juventud.

Ella: ríe.

Él: se carcajea.

Ella: pero no se te nota la vejez.

Él: es el Botox, que me aplico.

Ella: vuelve a reír.

Él: calla.

Ella: ¿me vas a responder?

Él: No salgo con nadie en especial, tengo varias amigas.

Ella: eso dicen todos.

Él: pero lo mío es cierto, no lo digo para que me creas.

Ella: ¿te has enamorado?

Él: claro.

Ella: ¿ahora lo estás?

Él: ¡No sé! Siento algo muy fuerte y especial por alguien pero creo que no me para bolas, o si lo hace no es como me gustaría que fuera la relación. Creo que solo soy para ella un amigo y ya.

Ella: Eso duele mucho, a mí me pasó. Me gustaba alguien y esa persona estaba enamorada de una compañera del colegio. Pero no de mí.

Él: por esas experiencias que han tenido y tienen me encantaron las cartas que escribieron ayer.

Ella: la que yo escribí la hice pensando en ti.

Él: se queda callado.

Ella: créeme, lo que pasa es que no fui capaz de leerla en público. La entregué a tus compañeros. Está sin firmar.

Él: duda y mira a todos lados.

Ella: búscala que ustedes la tienen, léela y me cuentas.

Él: no dice nada.

Ella: ¿me invitarías a cine?

Él: todas las de once están invitadas.

Ella: pero no acá. Me llamas y salimos a cine, ya tengo 18 años, así que no te preocupes. Es más vamos al Colombo.

Él: no estoy preocupado, lo que pasa es que no creo que te deba invitar. No porque no sea una mujer que no lo merezca, sino porque en mi existe cierto pudor, un no sé qué, que me cohíbe. Soy yo, no eres tú.

Ella: no te gusto.

Él: me podrías encantar, es más… ya comienzas a hacerlo.

Ella: desde que te vi ayer quería acercarme y hablarte.

Él: ¿eres obsesiva con lo que quieres?

Ella: No me suele pasar, pero cuando alguien me gusta se lo manifiesto.

Él: la toma de la mano, la mira a los ojos y se acerca…


Juan Gabriel que lee la segunda parte de Tu rostro mañana de Javier Marías frente a mí, me dice: ¡deberías conseguirte una novia! y así no tener que inventarte para los informes, diálogos que parecen sacados de telenovelas de bajo presupuesto y que pasan en repetición a las cuatro de la tarde en un canal nacional.

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