El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

miércoles, 25 de febrero de 2009

el día que conocí a Jennifer


Febrero 21 2009

El día que conocí a Jennifer


Josué de Carantón y Sánchez

La cita se dio como una de esas cosas del azar o que el destino nos suele traer. No recuerdo bien como sucedieron los hechos, pero lo cierto es que yo estaba frente al Paraninfo esperando que llegara y recordando que cuando escuché su voz en el celular, se me vino a la memoria la noche en que la oí por primera vez. Tanta fue mi sorpresa al saber que ahora era Jennifer quien me quería conocer, que me apresuré a proponer el lugar y el sitio del encuentro.

Como quién no quiere la cosa llegué con casi veinte minutos de anticipación al sitio acordado, la ansiedad me embargaba y para calmarla opté por comenzar a llamar de un teléfono público a algunos amigos y conocidos, no sabía porque lo hacía, pero al que me respondiera, cualquier cosa le decía, no había afán y nadie esperaba turno al teléfono, por lo tanto, me relajé.

Estando en estas escuché el gemido de una joven que estaba sentada al lado en una de las bancas que están ubicadas en la Plazoleta de San Ignacio, la manera en que secaba sus lágrimas mientras su compañero la tomaba del rostro e intentaba besarla me llamó la atención. La mirada por encima de la cabeza de él parecía distante y lejana, como si tratara de ubicar a alguien en el segundo piso del Paraninfo, hasta llegué a pensar,
en cierto momento, que estaba pidiendo ayuda con sus labios cerrados y pegados a los de él.

Sus ojos parecían tener un letrero que decía: “quíteme a este tipo de encima”, pero ante la imposibilidad de hacer algo, decidí sencillamente dedicarme a observar y detallar el vestuario de ella y la pinta de él.

Una rápida mirada a sus senos y a la horma del jean me mostró la escultura que estaba gimiendo.
Entonces me pregunté: ¿qué hace esta mujer con este tipo?
Aunque en realidad yo dije ¿qué hace esta vieja con éste man?
Para la literatura esto es mal visto por los censores oficiales por tanto hago uso de la primera pregunta, y procedí a darme algunas explicaciones.

Ella bella y con un rostro tierno, él con un peluqueado y con una pinta característica de los pillos.
Ella con sus sandalias y las uñas de los pies pintadas, él con su ordinaria camisa llena de estampados metálicos.
Él la intenta besar nuevamente, ella esta vez, tampoco, le responde.
Él piensa que con un beso será perdonado por lo que ha hecho y ella volverá sumisa a sus brazos.
Ella observa nuevamente por encima de la cabeza de él, pero, esta vez nuestras miradas se cruzan y al verme sorprendido volteo el rostro y cuelgo la llamada que no he iniciado.
Hago como si siguiera hablando por el teléfono, giro y me acomodo para tener un mejor panorama.
Él entonces toma su billetera y busca, saca algo que por su tamaño parece una fotografía, la cual ella toma y la guarda en la billetera, la de ella.
Él también saca de la billetera un papel que parece ser una carta.
Lee algo y se lo muestra a ella, después le lee algo.
Ella parece tenerle miedo.
Él parece decirle que en el papel ella escribió que lo amaba o lo haría para siempre y que ese papel es como una escritura y ella de su propiedad.
Él habla, ella parece no escuchar.
Él insiste en besarla o en posar sus labios en los de ella, pero no encuentra respuesta.

Yo busco donde acomodarme mejor, para no perder detalle y seguir de paso esperando a Jennifer, la cual no aparece.

Ella observa a todos lados, incómoda.
A él no le importa que la gente comience a observarlos.
Él sigue cogiéndola e intentando besarla, ella no se inmuta ante sus requerimientos.
La escena se repite por varios minutos.
Frente al Paraninfo la gente se encuentra, se saludan y se van, yo aún no lo hago.

Ella en su rostro muestra agotamiento, quiere que todo acabe.
Él insiste, y la manera en que lo hace me recuerda a los perros callejeros cuando siguen a una hembra.
Nada les importa.
Él la toca con deseo, ella guarda recato y le retira las manos.
Ella seca sus mejillas, ya no llora más.
Él le dice algo al oído, ella hace una mueca en su cara, que alguien podría leer como una sonrisa.
Él la toma del brazo y la levanta, ella se niega.
Él la agarra más fuerte, ella dice que va pero que no la ultraje y entonces, él la suelta.
Ella de pie camina a su lado y pasan la calle.
Yo los sigo.
Él la abraza y besa su cuello, ella incómoda vuelve a mirar para todos lados.
Yo los observo distante.
En una calle curva, él la toma del brazo y la lleva a una puerta y timbra.
La puerta se abre y entran.
Un letrero dice Motel 49 – 45

Lentamente me devuelvo y el celular suena.
Es Jennifer diciéndome que ya llegó, y está buscando dónde estoy, así que voy a su encuentro.
La ansiedad por conocerla me había pasado, pero al verla noté que nunca me había imaginado realmente de lo hermosa que era.
El saludo como si ya nos conociéramos, me abraza fuerte y luego simplemente dice:
¡Entremos a la Interuniversitaria a ver libros!
Le digo que no, que ahora no, que más tarde, que si no le molestaba entrar a una cafetería que quería esperar a alguien y que allí mientras tanto podríamos conocernos un poco.
Me dice que no hay problema y que le parece buena idea.
Me ubico en el café estratégicamente para poder observar la entrada del motel.
La cafetería parece estar dispuesta para los seres celosos, pues tiene un ventanal enorme desde el cual se observa media calle y principalmente la puerta marcada 49 – 45.
Allí comenzamos a hablar, y el tema principal fue la llamada equivocada de la otra noche, bromeamos e hicimos algunos chistes al respecto.
Le comenté que había escrito una historia de lo sucedido y que se la enviaría por el correo electrónico.
Se puso feliz y comentó que cobraría derechos de autor cuando fuera famoso.
Yo discreto no me atreví a preguntar por Carlos ni por los detalles de lo que había sucedido esa noche. Esas son cosas que con el transcurso del tiempo la gente va contando, cuando se puedan comenzar a reír de lo sucedido, antes no, parece que duelen.
Aunque cierta sonrisa cómplice confirma cualquier cosa de lo que pudo haber ocurrido.

De repente se abre la puerta del motel y la veo salir, con cierto temor espero que salga su compañero, pero nadie la sigue.
Ella camina hacia la cafetería donde estamos, al cruzar mira a mi garita y en su rostro veo otro semblante.
Su mirada se cruza con la mía, sonríe descansada como si dijera que nunca más él volverá a estar con ella.
Yo me levanto de la silla y corriendo salgo a su encuentro.
Le toco el hombro y un poco agitado le pregunto ¿cómo estás?
Ella me responde que bien, que gracias.
Le digo que me encantaría volver a verla, hablar con ella, conocerla.
Ella dice bueno, dame tu número de celular yo te llamo.
Le doy mi número el cual había apuntado en una servilleta mientras esperaba en la cafetería, lo recoge y me dice que por ahora quiere estar sola, que luego me llamará y me da un beso en la mejilla, antes de subirse a una buseta que dice Cataluña.
Yo regreso a la cafetería donde está Jennifer impaciente y curiosa me pregunta:
y... ¿esa quién es?
Entonces procedo a narrarle la historia que vivì mientras la esperaba. Perpleja sonríe y me mira extrañada y comenta sobre historias de amigas con tipos obsesivos.
Hace cinco meses con Jennifer hacemos el amor en tardes de lluvia y sin lluvia. Hace cinco meses que la vi salir de aquel motel y ella, aún, no me llama.

viernes, 20 de febrero de 2009

número equivocado


Febrero 17 de 2009
NÚMERO EQUIVOCADO

La noche comienza con el deseo de encontrar una película adecuada para presentar en Pajarito, comuna 7 sector de Robledo, la revisión se torna monótona, pues sólo las películas con doblaje al español “son bien vistas”. Esto en buena medida, no solo, sacrifica calidad sino que también contradice el ejercicio y la tarea de formar una comunidad lectora. Pero como ha sido una petición constante de líderes y docentes, ya que las funciones se realizan en espacios planos y no es fácil para quien está atrás leer o ver los diálogos, así que esta opción se acogió, buscando comodidad para todos.

La noche sigue con cierta ansiedad por el temor de no despertar para llegar temprano, esto hace que el reloj se revise cada media hora, hasta que a medianoche una llamada hace que despierte pensando que es de madrugada.
Respondo instintivamente sin revisar ni la hora ni el identificador, al otro lado de la línea una voz, que solo en este momento que escribo la relaciono con una línea caliente me dice:
¡Holaaaaaaaa!
Estupefacto no reconozco de quien se trata, pero el timbre de la voz y la manera de decir las palabras que siguieron, me dejaron pegado al celular.
¿Qué haces?
Dormir, respondo sin pensar y mala leche.
Quería hablar contigo, dice la voz.
Me emociono y comienzo a despertar.
Me acomodo en las almohadas para poder dialogar bien, pero mi mente inmediatamente me recuerda que debo madrugar, que debo estar antes de las seis y media de la mañana en la institución educativa, que debo hablar con doña Gloria, la coordinadora, que debo llamar a la Huerta para saber cómo va la feria o saber si necesitan algo, que debo mirar los otros eventos programados, que debo saber quién irá a la tertulia, quién hará la feria de la tarde o quién o quienes irán al siguiente día. Pienso en los tacos por la calle Colombia, la lentitud de la subida a Robledo, pienso en no llegar tarde, pienso también en saber ¿qué hago a esas horas levantado? Esta y otras preguntas cruzan por mi mente y comienzan a aparecer los deseos de no estar, de salir, de correr, de tener la tarde libre para ponerle una cita a la mujer con la que hablo por teléfono y poder conocerla.
Así que le pregunto,
¿Cómo te llamas?
Ella me responde:
¡Carlos no te hagas el loco o el dormido!
Yo le digo que no sé con quién hablo, pero no le digo que no soy Carlos.
Vuelve a reclamarme y eso me excita, su voz exclama:
Ya Carlos, quería que habláramos y tal vez irme a amanecer a tu casa, soy Jennifer.
Las palabras amanecer y casa despiertan mi mente y especialmente mi libido, ella sólo me dice:
¡Ya voy para allá, espérame!.
¡Yo tengo llaves!
Bajando de Pajarito en el bus comienzo a escribir esta crónica y a soñar con la mágica noche que debió haber pasado Carlos en los brazos de Jennifer. Con las ojeras que reflejan la trasnochada que tengo, la salida del sol no es agradable y menos el hecho de haber estado pendiente de la puerta del apartamento toda la noche, pues uno nunca sabe lo que pueda llegar a ocurrir, con una llamada equivocada.


Adenda: Equivoqué al viajar el lugar del cine, el cual era en la Huerta y no en Pajarito, así que los nombres de esta historia están al revés.



subiendo a la huerta



18 de febrero de 2009

El día comienza y aún dormido entro al baño y me ducho, pero olvido llevar con que secarme, así que salgo de la ducha y dejo una estela de agua hasta mi cuarto. El café lo consumo como un jugo, pues lo había servido antes de entrar al baño. Frío lo bebo y bajo a tomar el autobús.


Ya en el micro a altísimas horas de la madrugada, alguien le pasa al conductor un papel en el que está especificado la ruta de bus que esta persona debe tomar, pues parece que no sabe leer. En ese momento pienso en lo que estamos haciendo con el proyecto de comunidad lectora y me anima a continuar el camino. Un personaje con una bascula en la mano pide desde la puerta se le colabore con cualquier monedita, y agradece a la divinidad con la siguiente frase: " Ojalá mi Dios los libre de salir en la Chiva". No puedo dejar que en mi rostro se dibuje una sonrisa, ante tanto repartidor de bendiciones y tanto intermediario de la fé.


Con absoluta parsimonia el colectivo va dejando atrás calles y más calles, no llevo afán, pero llega un momento en el que avanza de tal manera que no me doy cuenta que ya pasamos por Carlosé sino hasta que bruscamente nos frena un semáforo en rojo. La luna coqueta y seductora continua en el cielo, el cual comienza a aclarar y a tomar una tonalidad verdeazulada. Niñas de colegio suben y bajan y me fijo en el color de los uniformes mientras pasamos por la vacía unidad deportiva, que creo tiene nombre de prócer.


El micro sigue su camino, mientras la gente continua en un subir y bajar constante, solo en ese momento soy consciente de que este bus, tal vez el único de Medellín, no tiene a todo taco y de forma arrabalera vallenatos o reggaetón, ni tampoco la emisora en la que un individuo posando de ebrio, saca a relucir lo más granado y selecto de la cultura paisa.


Un grafiti en el piso de la entrada de la Escuela de Minas me llama la atención, "Autonomía es dignificarte en el hacer el amor", eso suena tan profundo que desde la respuesta tan publicitada de una reina en Cartagena, sobre el tema del sexo nunca más volvimos a hablar en público, y como solo sigo siendo el secretario de mis sensaciones, no pienso en lo que podría significar la frase o el por qué está escrita, solo creo que es una tontería más. Pasamos por el colegio Ferrini, que según la leyenda negra y urbana, junto con el Conrado González era donde venían a terminar el bachillerato los vagos y drogos de la ciudad.


El sol comienza a dar sobre las casas de Olaya II y el paisaje se vuelve agradable, unos guayacanes rosados en la vía a San Cristóbal, en la zona motelera me alegran el día. Observo y la ciudad color ladrillo comienza a tomar su natural tonalidad, con el ruido de los buses la ciudad da inicio a la caótica y febril actividad, los sonidos de las rejas que suben y sirven de despertador a los vecinos, afirman que ya es hora de salir a comprar lo del desayuno. Los taxistas engalana sus autos y los policías lavan sus motos, las gentes en las esquinas esperan sus transportes.


Una pendiente pone en silencio a todos los que viajamos en el micro y solo escuchamos el ruido del motor y mantenemos la respiración como si no fuera capaz de terminarla si respiramos. Por fin arriba se estaciona y yo continuo el camino a pie, 500 metros que son una eternidad y a los cuales enfrento sin mucha determinación, pasan varios minutos hasta que llego a la institución educativa. Ya en ella y luego de dar inicio a la feria literaria del día, me siento a intentar escribir esta crónica.

lunes, 2 de febrero de 2009

diciembre


Un día de diciembre
El día comienza con desgano, nada quiero saber de lo que sucede a mi alrededor, solo el ruido de los carros me devuelven a esta ciudad polucionada y maltrecha. Amanecí con deseos de patear al mundo, hastiado de todo o casi todo, nada me provoca, nada me inspira en estos espacios y estas calles repletas de miserias no manifiestas. Gente mal vestida, inmundos olores pululan por los rincones, desagradables pintas recorren las vitrinas, modas trasnochadas y desempolvadas, pésimo gusto, cero tacto, en fin, lo primaveral ya no se ve por ningún lado.
Llama un loca energúmena y me putea por el celular, vocifera que le incumplí una cita donde ella lanzaría a los cuatro vientos los malos manejos y el abuso a los que son sometidos los artistas en esta ciudad tan educada, y para soportar las posibles diatribas y respuestas llamó a varios escuderos para esconderse, pero parece que ninguno de ellos le cumplió y el único que estaba a mano, es decir yo, fue vapuleado verbalmente. Ella se olvida que ahora, “CABALLEROS” solo quedan a la entrada de los baños, donde dice: DAMAS Y CABALLEROS.
Esto también me indispone más de lo que estaba, el calor en mi frente y en mi cabeza aumenta, me disculpo en la fiebre y los síntomas de gripa o resfrío que tengo, pero la verraquera y el sentirme ultrajado me deja de una sola pieza. Las palabras se repiten en mi cerebro, ¡Sos un hijueputa! ¡Me usaste!, se repiten y se repiten. Solo y para no sentirme peor le digo a Gabriel lo que sucedió y repito: ¡malparida!, él me dice ella suele desequilibrarse, y es muy volátil, yo solo vuelvo y repito …malparida.
Dejando de lado a la malparida y mi terapia de choque, me dispongo a establecer contacto con el más acá, es decir con este mundo, comienzo a buscar lo que voy a leer en la tertulia y los posibles temas y encuentros con jóvenes escritores y soñadores, especies en vía de extinción y que cada vez se encuentran menos, tanto es así, que algunos están diciendo que eso es un mito o forma parte de la literatura fantástica.
Los ojos claros tienen un toque de tristeza, eso también me pone mal, el brillo en la mirada no es el mismo al de otros momentos, su sonrisa está apagada, y me siento peor.
Quiero salir corriendo me siento sin energías, además ya tengo hambre, quiero almorzar, quiero sentarme en un restaurante y esperar a que el tiempo pase y sea la hora de irme, como cosa curiosa quiero ver llover, quiero lluvia…y más lluvia, así el camuflaje sería perfecto.