18 de febrero de 2009
El día comienza y aún dormido entro al baño y me ducho, pero olvido llevar con que secarme, así que salgo de la ducha y dejo una estela de agua hasta mi cuarto. El café lo consumo como un jugo, pues lo había servido antes de entrar al baño. Frío lo bebo y bajo a tomar el autobús.
Ya en el micro a altísimas horas de la madrugada, alguien le pasa al conductor un papel en el que está especificado la ruta de bus que esta persona debe tomar, pues parece que no sabe leer. En ese momento pienso en lo que estamos haciendo con el proyecto de comunidad lectora y me anima a continuar el camino. Un personaje con una bascula en la mano pide desde la puerta se le colabore con cualquier monedita, y agradece a la divinidad con la siguiente frase: " Ojalá mi Dios los libre de salir en la Chiva". No puedo dejar que en mi rostro se dibuje una sonrisa, ante tanto repartidor de bendiciones y tanto intermediario de la fé.
Con absoluta parsimonia el colectivo va dejando atrás calles y más calles, no llevo afán, pero llega un momento en el que avanza de tal manera que no me doy cuenta que ya pasamos por Carlosé sino hasta que bruscamente nos frena un semáforo en rojo. La luna coqueta y seductora continua en el cielo, el cual comienza a aclarar y a tomar una tonalidad verdeazulada. Niñas de colegio suben y bajan y me fijo en el color de los uniformes mientras pasamos por la vacía unidad deportiva, que creo tiene nombre de prócer.
El micro sigue su camino, mientras la gente continua en un subir y bajar constante, solo en ese momento soy consciente de que este bus, tal vez el único de Medellín, no tiene a todo taco y de forma arrabalera vallenatos o reggaetón, ni tampoco la emisora en la que un individuo posando de ebrio, saca a relucir lo más granado y selecto de la cultura paisa.
Un grafiti en el piso de la entrada de la Escuela de Minas me llama la atención, "Autonomía es dignificarte en el hacer el amor", eso suena tan profundo que desde la respuesta tan publicitada de una reina en Cartagena, sobre el tema del sexo nunca más volvimos a hablar en público, y como solo sigo siendo el secretario de mis sensaciones, no pienso en lo que podría significar la frase o el por qué está escrita, solo creo que es una tontería más. Pasamos por el colegio Ferrini, que según la leyenda negra y urbana, junto con el Conrado González era donde venían a terminar el bachillerato los vagos y drogos de la ciudad.
El sol comienza a dar sobre las casas de Olaya II y el paisaje se vuelve agradable, unos guayacanes rosados en la vía a San Cristóbal, en la zona motelera me alegran el día. Observo y la ciudad color ladrillo comienza a tomar su natural tonalidad, con el ruido de los buses la ciudad da inicio a la caótica y febril actividad, los sonidos de las rejas que suben y sirven de despertador a los vecinos, afirman que ya es hora de salir a comprar lo del desayuno. Los taxistas engalana sus autos y los policías lavan sus motos, las gentes en las esquinas esperan sus transportes.
Una pendiente pone en silencio a todos los que viajamos en el micro y solo escuchamos el ruido del motor y mantenemos la respiración como si no fuera capaz de terminarla si respiramos. Por fin arriba se estaciona y yo continuo el camino a pie, 500 metros que son una eternidad y a los cuales enfrento sin mucha determinación, pasan varios minutos hasta que llego a la institución educativa. Ya en ella y luego de dar inicio a la feria literaria del día, me siento a intentar escribir esta crónica.
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