El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

viernes, 20 de febrero de 2009

número equivocado


Febrero 17 de 2009
NÚMERO EQUIVOCADO

La noche comienza con el deseo de encontrar una película adecuada para presentar en Pajarito, comuna 7 sector de Robledo, la revisión se torna monótona, pues sólo las películas con doblaje al español “son bien vistas”. Esto en buena medida, no solo, sacrifica calidad sino que también contradice el ejercicio y la tarea de formar una comunidad lectora. Pero como ha sido una petición constante de líderes y docentes, ya que las funciones se realizan en espacios planos y no es fácil para quien está atrás leer o ver los diálogos, así que esta opción se acogió, buscando comodidad para todos.

La noche sigue con cierta ansiedad por el temor de no despertar para llegar temprano, esto hace que el reloj se revise cada media hora, hasta que a medianoche una llamada hace que despierte pensando que es de madrugada.
Respondo instintivamente sin revisar ni la hora ni el identificador, al otro lado de la línea una voz, que solo en este momento que escribo la relaciono con una línea caliente me dice:
¡Holaaaaaaaa!
Estupefacto no reconozco de quien se trata, pero el timbre de la voz y la manera de decir las palabras que siguieron, me dejaron pegado al celular.
¿Qué haces?
Dormir, respondo sin pensar y mala leche.
Quería hablar contigo, dice la voz.
Me emociono y comienzo a despertar.
Me acomodo en las almohadas para poder dialogar bien, pero mi mente inmediatamente me recuerda que debo madrugar, que debo estar antes de las seis y media de la mañana en la institución educativa, que debo hablar con doña Gloria, la coordinadora, que debo llamar a la Huerta para saber cómo va la feria o saber si necesitan algo, que debo mirar los otros eventos programados, que debo saber quién irá a la tertulia, quién hará la feria de la tarde o quién o quienes irán al siguiente día. Pienso en los tacos por la calle Colombia, la lentitud de la subida a Robledo, pienso en no llegar tarde, pienso también en saber ¿qué hago a esas horas levantado? Esta y otras preguntas cruzan por mi mente y comienzan a aparecer los deseos de no estar, de salir, de correr, de tener la tarde libre para ponerle una cita a la mujer con la que hablo por teléfono y poder conocerla.
Así que le pregunto,
¿Cómo te llamas?
Ella me responde:
¡Carlos no te hagas el loco o el dormido!
Yo le digo que no sé con quién hablo, pero no le digo que no soy Carlos.
Vuelve a reclamarme y eso me excita, su voz exclama:
Ya Carlos, quería que habláramos y tal vez irme a amanecer a tu casa, soy Jennifer.
Las palabras amanecer y casa despiertan mi mente y especialmente mi libido, ella sólo me dice:
¡Ya voy para allá, espérame!.
¡Yo tengo llaves!
Bajando de Pajarito en el bus comienzo a escribir esta crónica y a soñar con la mágica noche que debió haber pasado Carlos en los brazos de Jennifer. Con las ojeras que reflejan la trasnochada que tengo, la salida del sol no es agradable y menos el hecho de haber estado pendiente de la puerta del apartamento toda la noche, pues uno nunca sabe lo que pueda llegar a ocurrir, con una llamada equivocada.


Adenda: Equivoqué al viajar el lugar del cine, el cual era en la Huerta y no en Pajarito, así que los nombres de esta historia están al revés.



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