El horror se inicia cuando no tengo el portatil encendido, pues siendo parte de la seguridad democrática fue robado del apartamento, con otras cosas. Esto frenó mis impulsos literarios y me dejó en una situación de vulnerabilidad frente al mundo, que de no haber sido por la amistosa mano de una amiga, hubíeran pasado 15 días de mi vida sin pena ni gloria y lo más grave sin saber nada del mundo.
Cuando, por fín, tengo posibilidades de acceder a este mundo, el horror se torna en terror, los dioses se han confabulado contra esta tierra PARAdisíaca, los volcanes estallan, el nuevo Rey David es destronado por un miserable chip, San Obama hace su primer milagro y en menos de dos días convierte a nuestro uberrimo personaje en un adalid de la justicia y el respeto a los derechos humanos. Y todo esto pasaba mientras yo me debatía entre comunas incomunicadas y concertaciones no concertadas, entre cooperantes no cooperados, entre egos, egos y más desasosiegos.
Por fortuna una mirada y unos ojos verdes me sacan del marasmo y el hastío. Unos monólogos andinos me remontan a mis días de soñador. Un roce, un abrazo, un café y una sonrisa me seducen y transportan en copos de algodón y solo el rechinar de un bus frenando me vuelven a la realidad.
Gente que lee, rie y pregunta, libro comenzado, comentado y disfrutado. Si Hector supiera que su libro El amanecer de un marido, son las biografías nuestras, y que aún estamos preguntándonos, cómo y cuándo nos vió en cada uno de los momentos que describe y relata, si él fuera comerciante estaría pensando en dedicarse a los seudoestudios psicológicos y sociológicos y no a la literatura, pues los hibridos literarioscientíficos se venden como best sellers, o sino que lo digan los Coelho, Melo y demás filósofos de orinal.
Aún los ojos verdes rondan en mi cabeza, aún esa sonrisa está presente, aún despues de subir al bus que va para la gobernación. to be continued...
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