El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

lunes, 3 de noviembre de 2008

La ciudad, mi ciudad? Crónica



Es difícil contar los sucesos que a diario le acontecen cuando uno está viviendo en una ciudad extraña, llena de gentes diferentes, con gustos e inquietudes distintas, pero sobretodo, gente uno no conoce y con la cual, aparte de un saludo, no se mantiene ningún tipo de vínculo o relación. 

Estando en casa en un puente o lunes festivo, el cual es, ha sido y será una mierda; en ese cierto día de octubre me llegué a encontrar en la absoluta miseria, pues nunca me había sentido como uno más, nunca como un cero a la izquierda o como un don nadie, nunca había estado tan compenetrado entre mis pensamientos y mis realidades relacionales. La soledad y el desasosiego eran las constantes, vacío de gente, de afectos, de sueños y de amistades. Los pocos que existen habían aprovechado el emiliani para mandar al carajo la ciudad, aunque ellos y otros digan que es por ir a la finca o por darle un descanso a los chicos, en el fondo, ellos también están mamados de esta ciudad, de sus famosos empresarios líderes y de sus delincuentes al por mayor. 

Asi que solo y sin un centavo encima decidí enfrentar el güiquen y ver que me sucedía. Lo primero en estas situaciones como recomiendan los manuales publicados hasta hoy, es coger el celular y comenzar a llamar a cuanta nena este registrada para que su compañia sea un placebo para el aburrimiento. Una, dos, tres,.. más de diez llamadas fueron realizadas casi todas sin éxito, las que respondieron no estaban en la ciudad y las que no respondíeron,  que fueron casi todas, me confirmaron la investigación, que se puede resumir en que cuando una persona no responde un celular un fin de semana o puente es que está tirando o haciendo el amor, una de dos.

Con un panorama tan poco alentador decidí enfrentar el reto de permanecer tres días encerrado y además llegar al martes triunfante. La tarea no comenzó fácil pues la alcancia de moneditas de $500 estaba vacía y solo arrojó para cigarros y sobrecitos de café instantáneo. Este hecho me recordó que un compañero de la universidad me decía que él le debía la vida de universitario al moresco y al caldo de gallina en cubos y dije, como un buzo haciendo una apnea,... con esto, hasta el martes. 

Las distintas películas y los libros no mitigaron mi estado, incluso algunos lo alcanzaron a aumentar, estar postrado y sin nadie al lado me ponía en un dilema temporal, ¿qué mierda hago sólo en Medellín?  En esta ciudad llamada, la tacita de plata,... pero de sóla plata, porque ya parececíera que la gente no importara, solo el bisnes y la vuelta. En fín para no sentirme peor decidí comenzar a caminar por las calles de Boston en un ir y venir que me arrojó a lugares y carreras plagadas de gente durmiendo en los rincones de las fachadas de casas y edificios, dando a entender el por qué se dice que la ciudad es tan acogedora.

Como no soy de acá no puedo exagerar pero diré que vi más de 100 personas durmiendo o arrunchados en calles que van desde Argentina a Ayacucho, entre la Oriental y la 39. personas que a nadie le importan, tanto es asi que en el edificio en el que vivo preocupados por esta situación algunos no saben si echarles ácido o contruir una malla para que no se apropien del espacio de la fachada. Como sea a mi ya me empieza a preocupar, pues al paso que vamos, pronto seremos uno de ellos y me parece maluco lo del ácido.

Lo que quiero contar es que en ese estado o trance, tomé la decisión de regresar a la capital del país y dejar la ciudad, así que el miercoles me largo y mando todo a la basura. 

Comencé a planear mis próximos días, semanas y meses en Bogotá, de lo que haría y de lo que no, llamé amigos y conocidos para preguntarles sobre la decisión. Los de acá que no me fuera y los de allá que bienvenido. 

En este ir y venir telefónico y electrónico mi cabeza aumentaba las dudas que traería tan trascendetal decisión, puesto que irme representaría dejar lo construido acá a lo largo de 11 años y llegar allá sería comenzar de ceros, asi que era determinante y fundamental que la decisión que estaba a punto de tomar fuera tomada con la sensatez, responsabilidad y seriedad del caso. 

Por ello la única moneda de $500 que quedaba en mis bolsillos al lanzarla al aire cayó mostrando el árbol de guacarí que me decía que debía permanecer en Medellín.

Lunes festivo 3 de noviembre de 2008


1 comentario:

Inés dijo...

QUE SABIA DECISÓN,EN UN MOMENTOS DE MUCHOS CAOS QUE A LA FINAL SE SALE AIROSO.
MUY INTERESANTE!!