El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

lunes, 20 de abril de 2009

NI ANGEL NI BESTIA







NI ÁNGEL NI BESTIA


Con sorpresa se reciben de vez en cuando algunas buenas imágenes que permiten reflexionar en torno al quehacer plástico, si bien es un ejercicio que en los últimos años o lustros es poco conocido, de tanto en tanto algún atrevido y osado cultor se atreve a hacerlo y alimenta de forma estimulante este oficio. Impresionarse es la primera sensación al ver las obras que John Jader Bedoya nos presenta, allí el color, las texturas y las formas nos introducen en un juego que nos remonta a nuestra infancia y donde la memoria comienza a construir los referentes de lectura personal e íntima de la obra.

Sin ninguna pretensión conceptual o teórica, los cuadros nos llevan a un paseo por la experiencia estética y manual que nos recuerda que el arte es técnica, uso y manejo de materiales. Que las alusiones se pueden dejar de lado y que como experiencia plástica la pintura aún tiene muchos campos inexplorados y donde el instinto abierto conduce al placer.

Cuando el color que se enseña en las llamadas facultades de arte se torna monocromático y elemental, Bedoya se obstina en recordarnos que las posibilidades del color parecieran inagotables, que el poco investigado mundo de los grises es una paleta rica y con las mejores posibilidades plásticas y compositivas; válida esta apuesta por integrar estos colores en un mundo cargado de publicidades e imágenes que a diestra y siniestra tan solo confunden y alteran la retina.

Pero surge una pregunta, ¿de dónde se puede asir en esta exposición una persona que no tiene experiencias con el color ni con la materia ni con los mínimos de la pintura? La respuesta en primer lugar parece darla el título de la muestra. Si bien las palabras que las componen tienen una carga significativa fuerte, podrían ofrecer elementos que llevarían a hacer una lectura desde los significados que estas le ofrecen a cada espectador, o por el contrario lo llevarían a deambular y divagar en elucubraciones especulativas propias de la historia del arte y caer en el juego de lo fantástico o de la ficción, donde divinidades y apocalípticos sin integrados deambulan.

Más allá de las fallidas y monótonas muestras que a diario se aglomeran en salas y salones y que pretenden ser celebres, la muestra que nos ocupa trae consigo elementos que nos confirman el papel del pintor y los de la teoría del arte y la filosofía, roles que últimamente se funden y se camuflan dejando tan solo ver las flaquezas de estas disciplinas y de sus exponentes. La exposición “Ni ángel Ni bestia” es un oportuno recuerdo de la importancia y el compromiso que tiene el pintor con su oficio y con su disciplina, la cual después de tantas actas de defunciones que se le han hecho se reinterpreta y renace en cada pintor que aún le apuesta a su compromiso con una profesión tan poco respetada por sus propios hijos.

Oxigeno y alimento en un desierto estético y visual tan seudo comprendido y tan caótico, que tan solo busca confundir para mantener el reinado y el rey continua desnudo.

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