El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

viernes, 8 de abril de 2011

100 años de Cioran


Estimado amigo:


Así pues, henos aquí a los dos en una encrucijada de la vida. Hasta ahora sólo ha habido proyectos y planes: ahora se imponen los logros pues, de lo contrario, todo seguiría siendo una simple ilusión. Naturalmente, ya no se puede hablar de esperanzas o de apaños pueriles, tal y como hacíamos en tiempos. El problema de la vida se me empieza a plantear también a mí con meridiana seriedad; siempre he lamentado que a ti se te planteara demasiado temprano. Es muy difícil mantenerte en el marco de unas aspiraciones filosóficas, cuando te ves obligado a ejercer el periodismo. He escrito una serie de artículos en un periódico, he renunciado a seguir haciéndolo, y eso que me lo pidieron, porque sentía una imposibilidad a la hora de acometer teorías que desaparecían por completo al cabo de veinticuatro horas. Todos los jóvenes cultos que ingresan en el periodismo empiezan abordando, con impresionante apasionamiento, cuestiones alejadas de la realidad para acabar realizando efímeros reportajes. Cuanta más cultura tiene uno, más peligroso resulta el periodismo, puesto que tiene que ir renunciando paulatinamente, cosa que no sucede en el caso de los que no tienen oficio ni beneficio, para quienes la cultura constituye un marco de estimulación de aspiraciones imprecisas y embrionarias. En tu caso, la escapatoria reside en que para ti el periodismo es una solución provisional: cuando empieces a sentirte a gusto y a interpretarla como una escapatoria normal, entonces será el momento de temerla.
En lo que respecta a mi persona, es preciso que sepas que podía estar lejos, si no hubieran surgido una serie de circunstancias. No es que no haya leído demasiado, sino que el haber estado enfermo durante tres años, afectado por enfermedades que suelen ser propias de la vejez, me ha separado completamente de los demás y me ha impedido establecer relaciones. Conozco los medios para hacer de estafador intelectual, para epatar con libros que no he leído o impresionar esgrimiendo paradojas, pero a nada de esto he recurrido. Desde un punto de vista psicológico, soy una persona introvertida y por ello la gente ya no me alegra lo más mínimo. En Bucarest hay gente que me aprecia, pero créeme si te digo que su simpatía no causa ninguna alegría. Si, a pesar de todo ello, establezco relaciones e intento situarme en algún lugar, lo haré guiado por una determinación puramente racional; estoy convencido de tener algo que decir y quiero seguir en esta línea. El día que me sienta ajeno a mí mismo, en cierto modo exterior, y note que un centro de vida subjetivo se ha desvanecido, entonces, se habrá terminado. El sentimiento más penoso de la existencia es el de sentirse inútil. Jamás olvidaré el extraño estado de ánimo que se adueñó de mí al recorrer yo solo las calles de Viena mientras me decía: "Soy una existencia ridícula". Me figuro que adivinarás la desesperación que tal pasatiempo manifestaba. Es típico de mi vida anímica normal que me entre la risa ante las cosas ininteligibles. Cuando miras una mujer, pongo por caso, no como objeto de deseo, sino como hecho, te entra la risa. Es algo sabido que, desde el punto de vista fisonómico, la suprema expresión del dolor no dista de su contrario.
Y, estando así las cosas, entiendes, pues, por qué me apasiona el tema del demonismo, del cinismo, etc... y por qué desde hace tres años la problemática de la psicología del hombre ruso es para mí casi una obsesión. Sólo los estados anormales resultan fecundos. Por eso conviene amar la destrucción, la muerte, el derrumbamiento o la enfermedad. En un ensayo inédito enviado a una revista, trataba de demostrar que el destino individual, como realidad interior, irracional e inmanente, sólo se nos revela a través del dolor, ya que ésta es la única vía positiva de comprensión interior de los problemas personales. En ese artículo demostraba que el pecado, en las interpretaciones religiosas -donde equivaldría al dolor en el caso de los religiosos- no cumple esta función, dado que está estrechamente ligado a la objetividad del mundo histórico y, en consecuencia, no plantea el problema de la existencia humana de un modo astringente. Por ello el dolor debe ser amado.
Mi derruida juventud me condujo a este tipo de estados de ánimo que sólo la literatura dostoiesvkiana me ha podido recordar.
La distancia que media entre mi persona y la gente de mi edad me parece enorme. Es penoso conversar con individuos que no tienen ninguna actitud, ninguna consistencia espiritual, personas para las cuales la vida es un plácido contoneo, individuos "amigos" de muchachas, etc. No he encontrado más que dos o tres chicos distinguidos. No me queda más que el contacto con los miserables. En ellos he encontrado mucha más comprensión: me gusta su rechazo a la constricción, al orden, a la jerarquía o a otras formas. Un chico distinguido, en el caso de que sea capaz de mantenerse a sí mismo, no puede acabar siendo más que un vagabundo, uno de los miserables que se sitúan en las antípodas de su condición. Estoy convencido de que nadie es "responsable" de su situación. Por ello, ni siquiera los mediocres deben ser despreciados sino, más bien, evitados.
Ya te conté en otra ocasión que para mí existen ciertos problemas centrales, que me apasionan y que me siento obligado a dilucidar. Los problemas relacionados con la filosofía de la cultura, de la historia, de la caracterología y de la antropología filosófica me entusiasman tanto, que me resulta inconcebible pensar que algún día podría abandonarlos. Dado que estas son cuestiones específicamente germánicas, experimentarlas in situ sería sumamente necesario. Sólo que, en este punto, la situación se complica. Nosotros hemos tenido la desgracia de acabar cuando la situación económica y social es más trágica, así que irnos al extranjero es algo más que problemático. No soy de los que viven lamentándose sino que entiendo mejor que nadie las imposibilidades.
Al escribir estos renglones me viene a la memoria una solución para tu caso. Como, sin lugar a dudas, has establecido relaciones, podrías trabajar en algún periódico de Bucarest. Sería otra remuneración y otra situación.
Una cuestión resulta trágica: hacemos apaños demasiado serios para nuestra edad. Hemos envejecido demasiado pronto.
Con cariño, Emil Cioran
Sibiu, 23 de septiembre [de 1932]
P. D.: Contéstame a la antigua dirección de Bucarest.
(Extraído de Cioran: Doce cartas desde las cimas de la desesperación, acompañadas de doce cartas de senectud y otros textos. Biblioteca Apostrof, Cluj, 1995). Traducción del rumano de Rafael Pisot y Cristina Sava. Cortesía del Instituto Cultural Rumano y editorial Apostrof, con el apoyo de Florin Turcanu y Marta Petreu.



Según el había pocas cosas más terribles que haber nacido, el 8 de abril de 1911 en Rasinari, un pequeño pueblito de Rumania. Y esa certeza suya no era tan desmesurada. Claro, habría cosas peores. Por ejemplo, el traslado, con sólo diez años, a otra pequeña aldea, esta vez en Transilvania, llamada Sibiu.

Entonces empezó a leer; y leyó sin descanso (Diderot, Balzac, el aforista Lichtenberg, Flaubert, Dostoievsky, Tagore). Tenía otro vicio secreto: las putas. "Creo que pasé toda mi adolescencia entre bibliotecas y burdeles", decía. Ya en la facultad, en Bucarest, se dedicó con vehemencia a la obra de Kierkegaard y Bergson primero, después a Schopennhauer, Nietzsche, Kant, Hegel.

Caminaba, caminaba toda la noche, pensando, reelaborando teorías. A los veinte decidió suicidarse.
Pensaba: "Soy uno de esos que, por millones, se arrastran sobre la superficie de la tierra. Uno más solamente. Esa banalidad justifica cualquier conclusión, cualquier conducta: libertinaje, castidad, suicidio, trabajo, crimen, pereza, rebeldía. Cada cual tiene razón en hacer lo que hace". 

No se suicidó. En su lugar, escribió un libro terrible, "En las cimas de la desesperación". Pero siempre quiso irse, y quizás el suicidio era sólo una forma de hacerlo. Pretendió ir a Madrid, pero se lo impidió la Guerra Civil, así que siguió escribiendo y generando polémicas. Lo acusaron de nihilista, de masoquista, de anticlerical, lo acusaron de despertar confusiones intencionalmente. Todo era cierto. En setiembre del '37 -como premio o como una manera de sacárselo de encima- lo becan para continuar su "carrera" en París. Rumania deja de ser, poco a poco, su patria.

En lugar de asistir a las clases de la Sorbona, prefiere recorrer Francia en bicicleta: cada vez que pasa por una universidad entra en el comedor y consigue que lo dejen comer gratis. Por las noches como un enloquecido, continúa con su costumbre de caminar en soledad. En una de esas caminatas, lo sorprende la madrugada a orillas del mar. Una bandada de gaviotas lo sobresalta y las aleja a pedradas. "No necesitaba a nadie, pero esos chillidos estridentes y sobrenaturales me hicieron entender que sólo lo siniestro podía apaciguarme." Para entender eso había esperado toda la noche, o toda la vida.






Otra mañana, en un matadero de las afueras de París, hasta donde llegó en su caminata febril, observa largamente cómo las vacas son golpeadas para que prosigan hasta el lugar de la matanza, ya que, a último momento, se negaban a avanzar. "Esta escena es la misma que cuando, rechazado por el sueño, no tengo fuerzas para afrontar el suplicio cotidiano del tiempo."

El insomnio, siempre. Recorrer cementerios, quizá con la secreta ilusión de volver a su infancia, cuando iba al camposanto de su pueblito natal para buscar calaveras y jugar al fútbol con ellas. Cambiar de lengua, de soledad, de nacionalidad. Pensar, escribir: "Un escritor no nos marca porque lo hayamos leído mucho, sino porque hemos pensado en él más de la cuenta". Descreer de todo en voz alta.

De los místicos que no entienden que es ridículo dirigirse a Dios (cuando todos saben que Dios no lee). De los sabios que impiden que uno se entregue definitivamente a sus instintos y a la expansión de la locura. Del lenguaje, ya que cada vez que piensa en lo esencial cree entreverlo en el silencio o en el grito.
Pensar, escribir: "Primer deber al levantarse: avergonzarse de uno mismo". Pensar, escribir, arremeter contra todo. Por eso los libros: Silogismos de la amargura, La tentación de existir, La caída en el tiempo, Breviario de podredumbre.

Para combatir su insomnio, para decidirlo a dejar, como él mismo quería, una imagen incompleta de si mismo.
Su pesimismo, su indiferencia, su desprecio por cualquier circunstancia de la vida motivó la enorme repercusión que tenían sus escritos en la sociedad francesa, tan ligada, en la época, al espíritu existencialista.






Saint-John Perse lo consideraba uno de los más grandes escritores franceses después de Valéry. Susan Sontag dijo que era una conciencia sintonizada con la nota más aguda del refinamiento. Sin embargo, Cioran rechazaba todos y cada uno de las alabanzas, de los premios, de las palmadas en la espalda. Sólo esperaba la noche, y la noche llegaba con dos presencias. Una, atroz: "La vida es soportable gracias al sueño; cada mañana, tras una interrupción, comienza una nueva aventura. El insomnio suprime la inconsciencia, obliga a 24 horas diarias de lucidez, y la vida sólo es posible si hay olvido".

Beckett era su amigo. La ilusión de Cioran era esperar la noche para caminar en silencio con él, entre las putas, por los barrios más marginales de París hasta que el sol salía. De vez en cuando, uno de los dos decía una palabra. Ninguno de los dos vivía en el tiempo, sino paralelamente al tiempo. Cioran sabía, en esos momentos, que la historia era una dimensión de la cual el hombre hubiera podido, y debido, prescindir: "Interrogarse sobre el hombre durante tantos años! Imposible exagerar más el gusto por lo malsano".

Pero siguió, siguió: El Aciago Demiurgo, Desgarradura, Ejercicios de Admiración. Siguió paseando por el Quartier Latin de París, de noche, envuelto en un inmortal sobretodo negro y con la melena blanca desordenada, admirando a su manera a Borges, el flamenco y Schubert. Lejos de todo, lejos de todos, hasta que la estupidez de la muerte cortó su despiadada idea de la felicidad, un 20 de junio de 1995: "Me gustaría ser libre, inimaginablemente libre. Libre como un ser abortado".



La gente me produce asco, tengo asco hasta de mi mismo. Deseo una destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya que no soy especial ni mejor que ellos. Soy una mierda más puesta en este mundo sin mi aprobación.  

27 años son más que suficientes para poder soportar todo este absurdo que me rodea y que me invade, es suficiente para ver que todo lo que hacemos no servirá de nada, que ningún sentido tiene seguir sufriendo y siguiendo una rutina estúpida que no nos conduce a nada. Mierda de vida, mierda de sociedad, mierda de gente, mierda de sistema,... MIERDA, mi palabra favorita, sólo ella es capaz de describir sin esfuerzo mis pensamientos.  


Madrugo por las mañanas y pienso con ironía: "¡Bien, otro día más sobre este planeta!. Levantémonos, vamos a producir la ración de basura de hoy.". Me levanto, no sin un gran esfuerzo de voluntad (la cual hay que reconocer es considerable, me pregunto de dónde sale), toso (el tabaco dicen que mata, poco a poco). Salgo de casa, con ojos dormidos, mi mente todavía atontada, los cascos de mi discman en mis oídos (la música es lo único que soporto a esas horas, y casi es lo único que soportaría a cualquier hora). Me dirijo con paso raudo a la estación de tren, que me llevará a mi y al resto de las abejas obreras a esos campos de concentración mal llamados empresas. Cuando llego, mi cara (ya con un rictus de amarga tristeza) empeora hacia un enfado que no puedo dirigir contra nadie, porque nadie es culpable y al mismo tiempo, lo somos todos y hacia todos lo dirijo. No hablo, apenas saludo (¿Buenos días?, no para mi, desde luego), me siento en mi cubiculo, en mi celda. Aun encima, es verano, hace calor, y el aire acondicionado crea una malsana atmósfera artificial que perjudica más mis pulmones, ya jodidos por el tabaco.  

Al cabo de un rato, llega el jefe, ese temible bastardo, que se cree algo, que se cree que nos posee, cuando realmente no tiene nada, realmente no es nada, nada más que otra mierda con patas que camina con una falsa seguridad en si mismo. Me río de su seguridad, me río de su ficticio poder, porque cuando la muerte llega (y afortunadamente siempre llega) nada de lo que tiene o cree tener, le va a impedir pudrirse bajo tierra entre los gusanos.
  
Tomo un café, el estimulante que necesito para mantenerme despierto y no caer en el sopor del aburrimiento, y en un sueño que trata de apoderarse de mi ser. Un sueño que realmente seria bienvenido, y mejor aprovechado que estas horas muertas de mi vida que paso aquí encerrado entre estas cuatro paredes mugrientas.
  
¿Por qué no dejarlo?, ¿por qué no escapar?... sí, suena bien... ser libre, romper las cadenas... pero es irreal. Si sigo vivo (cosa que continuamente me planteo) y tal como están las cosas, necesito dinero para comer, pagar una vivienda, ... Y no me pienso convertir en un vagabundo, porque ya es bastante dura y asquerosa la vida como para aún encima tener que depender de la caridad humana. No, para ser libre realmente, sólo hay una solución: la muerte. Aunque no haya nada después de ella, cosa que no sé, es la única salida para ser libre, realmente libre. Se terminan entonces las ataduras, trabajar, pagar, llorar, sufrir, reír, soñar, enfermar, el miedo, el amor, el odio, ... Sólo necesito el método adecuado y podré hacerlo, porque hasta ahora, he fallado.

Pensándolo bien, no me hubiese importado nacer si en lugar de ser humano, con su supuesta inteligencia, hubiese nacido animal. Cualquiera, me es indiferente: desde una mosca hasta un elefante... Pero al fin y al cabo, animal, ser que sólo existe y vive, no se preocupa de mañana, no se preocupa de lo que hizo ayer. Para él solo existe el ahora, un ahora que cambia según sus necesidades: comer, procrear, descansar, ... Así debiera ser nuestra vida: vivir el ahora, sin preocuparnos de nada más, sin tantas normas, sin tantas complicaciones, sin tantas fronteras, ... Ser, existir, vivir, nada más... No deberíamos pensar tanto, los que lo hacemos y los que no, felices ellos porque de ellos es el reino de la felicidad y la ignorancia (eternas compañeras). 


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