El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

miércoles, 29 de octubre de 2008

el afectado

LOS SENTIMIENTOS

Creer que todos somos lo que no somos

Es la mejor manera de que sean maltratados

 los que sí lo son de veras.

Javier Marías

Con perplejidad constantemente nos enfrentamos a escuchar las quejas y los desaciertos que en el tema amoroso le suceden a nuestros vecinos y amigos, se escuchan voces de todos los estilos y todas las quejas, pero en el fondo sólo tienen un culpable y ese, casi siempre, es el otro.

Huimos a diario de nuestras responsabilidades y de nuestras decisiones, nos negamos a aceptar lo inevitable, un adiós o una partida, es el desencanto y la frustración absoluta, un abandono o el fin de una relación deja más heridos que cualquier campo de batalla. Asumimos como propias las ofensas o las decisiones que otros toman con un conocido, amigo o familiar, y especialmente las de carácter sentimental. En este punto demostramos toda nuestra capacidad de solidaridad, no solo de género, sino también de cómplices y de victimas colectivas.

El fin de una relación trae detrás las miradas inquisidoras y acusatorias del séquito del doliente, y por ende la respuesta del otro bando es similar, y dependiendo de quién halla sido o no el directo responsable esta lucha de poder se extrapola al entorno, de manera similar a una bacteria, reproduciéndose en el ambiente exponencialmente con el paso de los días y por medio del rumor.

Este elemento que forma parte de las estrategias que tienen las sociedades para ejercer un control, se torna aquí en el dedo acusador, en el inquisidor que desea una victima y un victimario, para poder seguir ejerciendo su papel cohesionador. Tal vez, hoy en día, nadie muera de amor como sucedía con la época romántica, pero lo que si hemos elaborado a alto grado de eficiencia es la intolerancia, la venganza y el rencor. Nos volvimos expertos en ser intransigentes, en no poder perdonar, en negarnos a olvidar, alguien en la calle afirmaba que eso puede ser por causa de alta dosis de culebrones e historia maniqueas televisivas, otros que al ver perdidas sus perspectivas de futuro, se tornan agrestes y primarios en su accionar.

Reunirse a sacar todas y cada una de las posiciones frente al tema ha sido mediado por incontables cantidades de encuentros, cervezas y rones, la sobriedad no es la constante para enfrentar tema tan cercanos y directos a cada uno, la catarsis se torna en la terapia redentora para quien atraviesa un proceso de duelo afectivo y en material didáctico para la reflexión y el análisis.

El otro será tema central en cada encuentro, se volverá discusión obligada, se escucharán posiciones y versiones aumentadas y corregidas, se sentarán precedentes sustanciales y se determinarán los caminos y derroteros a seguir, hasta caer nuevamente en una nueva y desconocida aventura o un nuevo intento por reconstruir la vida.

Todo lo anterior no deja de ser una de las múltiples tonterías con las que evasivamente escapamos al encuentro con la realidad, ya que este proceso tiende inevitablemente a repetirse con similares características a las anteriores, tan solo varían los nombres, aunque suelen existir masoquistas que buscan a alguien que tenga un nombre similar, y así poder repetir lo sucedido, colocándole una denominación cualquiera a ese nuevo engendro.

Pero aquí surgen una serie de inquietudes y preguntas que procederemos a reflexionar de manera colectiva, pero sin buscar respuestas totalitarias o soluciones, pues lo que se pretende es generar un acercamiento a distintas posiciones y a observar lo repetitivo del modelo como una forma de revalidar a la cursilería como elemento esencial del encuentro afectivo.

Dice Javier Marías que con los ríos hay que mantener las distancias, incluso con los secos, si aplicamos este análisis a las situaciones aquí planteadas, la metáfora nos resulta fascinante, pues encontramos en ella una tensión que hace alusión al pasado del individuo en sus afectos y en la posibilidad de volver a nadar en nuevas aguas turbulentas, lo que nos remite a la pregunta ¿qué es lo que sucede cuando el ser humano desea estar comprometido?

Respuestas miles, desde miedos, taras e inhibiciones hasta ausencias, carencias e inseguridades, todos buscamos explicarnos desde teorías más o menos leídas o mascadas a mansalva, pero pocos nos remitimos a las fuentes primarias, como diría cualquier historiador. Aquí llegamos a un tema que esta sociedad se niega de manera constante y repetida a enfrentar y es el rol protagónico que tienen las madres en este proceso.

Ubicadas por antonomasia en el curubito, estos seres se han encargado históricamente de moldear las personalidades, si es que la tienen, de generaciones de individuos, los cuales al tener que asumir su rol salen despavoridos a esconderse tras máscaras y fachadas o maquillajes de ocasión, como repite la canción. Sobre los padres no emitimos análisis pues ellos irresponsablemente en su gran mayoría no han tenido un papel importante en la estructura formativa del individuo.

Nadie es claro al establecer una relación, pero aparte de la amante o el amante, la amiga o el amigo, la cómplice o el cómplice, la novia o el novio, la mujer o el hombre, y demás nadie expresa que lo que realmente está necesitando es una madre o un padre, por ello para el otro, éste se convierte con el paso de los días en una carga, en un peso insoportable de llevar y comienzan allí las disculpas y evasivas para quitarse de encima el peso generado, entonces aparece lo anteriormente escrito y se repiten los esquemas.

Esos Electra o Edipo no enfrentados comienzan a ubicarse en el centro de todo discurso afectivo, los complejos afloran cuando las suegras son señaladas como responsables de las distintas situaciones, siempre son ellas en quienes recaen una y otra vez los señalamientos y las acusaciones, nadie ve a su madre o a su padre por ningún lado, siendo ellos, y únicamente ellos, los creadores del Frankenstein emocional que deambula irresponsablemente por la vida.

¿Cuánto tiempo se necesita para superar una crisis afectiva?

¿Por qué se igualan por lo bajo los instintos emotivos de este enamoradizo ser?

¿Por qué una mujer deja a un tipo o viceversa?

¿qué eso del amor, acaso no debería llamarse de una manera mas explicita: AFECTO, porque nos afecta en todos nuestros sentidos y quehaceres??

 

 

 

1 comentario:

Josue Caranton dijo...

hace algunos días alguien leyó estoy y dijo que teníamos problemas, falto que afirmara que eramos dependientes o misóginos. En fin ustedes enteran estudió psicología.