El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

miércoles, 5 de enero de 2011

sobre el arte


Palabras arqueofuturistas sobre el tema del arte

Guillaume Faye

La revista Krisis de Alain de Benoist se ha atrevido a publicar un debate para preguntarse si, finalmente, no existía ninguna impostura en el “arte contemporáneo”. Los mass-media se han agrupado inmediatamente para denunciar un crimen ideológico de la “extrema derecha”. En verdad, toda la gente siente, sin atreverse a formularlo, que, desde hace casi cincuenta años, el “arte contemporáneo”, subvencionado por el Estado y los mass-media, es un academicismo (y un snobismo) que se está hundiendo progresivamente. Paradoja: el arte contemporáneo -que se pensaba como una maquina de guerra contra el academicismo para la potencia y la creación- se encuentra ahora encerrado en el peor de los conservadurismos. Es el mismo destino que el comunismo. Ahora es un arte oficial… y un arte nulo. La razón es conocida: la impostura y la incompetencia. A principios del siglo XX, una ideología estética logró instalarse y ahora domina el mundillo intelectual del arte: la inspiración del artista -su mensaje- es superior que su técnica, que su habilidad profesional, su conocimiento de las reglas y de los canones plásticos vistos como “opresiones”. Fue el mito de la “libertad del artista”. Y así, poco a poco, nació una falsa concepción: el artista ya no tiene inspiración, ni competencia, pero gracias a sus relaciones consigue unos “golpes mediáticos” subvencionados. Como Calder, Saint-Phalle, César y los otros. Ya no busca “escandalizar al burgués”, sino que se dice progresista, aunque no crea en nada. No es más que un pintarrajeador subvencionado. Recientemente, se han considerado varios “tags” y graffitis de niños subnormales como “obras maestras”.

Según la revista “El Eco de las Sabanas”, yo mismo he tenido la idea de la siguiente broma: realizar ante la presencia de alguaciles unos lienzos con un rodillo donde varias pintadas representaban vagamente falos; un minuto por cada lienzo… lienzos que fueron vendidos en una prestigiosa galería de la calle de Sena a las stars del show business maravilladas. Tales bromas ya habían sido efectuadas y los lienzos “pintados” por el rabo de un burro o por una hembra orangután (Puesta de Sol en el Adriático) fueron negociados por mucho dinero…

El “arte contemporáneo” ha evacuado la noción capital de talento. Hoy, en la esfera pública, nos encontramos ante un “arte” contemporáneo impostor, repetitivo y no creativo, unido a una admiración museográfica por las obras maestras del pasado. Es interesante notar que frente a toda crítica sobre la verdad, la autenticidad y la calidad del arte contemporáneo, el sistema reacciona siempre mediante el anatema: “¿Es Usted fascista?” Es una señal más de que el sistema tiene perfectamente conciencia de la nulidad de la producción “artística” que él protege y del fracaso total del modelo esteticopolítico querido por él. Cuando le se pone el dedo en la plaga, reacciona mediante el insulto o la amenaza. Sin embargo, existen hoy un número importante de artistas creadores que escapan a esta pretenciosa nulidad del arte oficial: el natural de Grenoble Jean-Marc Vivenza y sus “ruidos”, el escultor Michel de Souzy, los pintores Frédérique Deleuze y (el difunto) Olivier Carré, Yan-Ber Tillenon, etc. Son numerosos, pero mal vistos y marginados, porque restablecen los principios de la estética europea: conciliar los canones estéticos y la audacia creativa, asocian el sentido de la belleza y el trabajo técnico con la inspiración.

El arte contemporáneo oficial (que no se debe confundir con los “artistas de hoy”, a menudo muy talentosos pero acallados ), fuertemente enlazado al sistema, finalmente se habría fijado como objetivo la destrucción de la estirpe de la tradición creciente artística europea. Siempre esta misma voluntad de iconoclasmo cultural para hacer perder a los Europeos su memoria y su identidad. La táctica es hábil: de un lado, se mediatizan las obras de cloaca, feas, sucias e insignificantes, de hecho no-obras, mientras que por el otro lado, se focalizan los espíritus hacia una admiración museográfica del pasado. Un pasado voluntariamente fijado y neutralizado, transformado en un tradicionalismo estéril. Lo esencial es que las obras maestras del pasado ya no puedan servir a una reactualización talentuosa en el presente y el futuro. Romper la creatividad artística europea, su belleza, su profundidad estética, su talento; descerebrar los gustos y hacer pasar por geniales las producciones de los subdotados; hacer desaparecer y olvidar toda personalidad estética europea y desconectar el arte de sus raíces culturales. Tal es, desde muchas décadas, la estrategia, a menudo inconsciente, siempre implícita, de los “maestros del arte”. Esta estrategia parece ser una envidia (sentimiento que, con la venganza y el resentimiento, como lo comprendía Nietzsche, siempre ha representado un papel en la política y en la Historia): envidia y resentimiento contra el talento innato del arte europeo.

El culto ridículo por las “artes primeras”, del que el ingenuo Jacques Chirac es el representante comercial, participa en esta empresa de destrucción. ¿Una estatuilla primitiva vale bien la Pietà de Miguel Ángel?, ¿no? Otra vez, el igualitarismo se enfrenta a la realidad, y se condena. ¿Que va a pasar? La verdadera creación estética no reprimida se ha refugiado en la técnica. Según el retorno inconsciente a la tradición griega de la estética como technè y como khréma (utilidad objetiva). Los diseñadores de de carrocerías, de aviones, componen las obras maestras de hoy día. ¿Que prefieren? ¿Una Renault comprimida por el impostor César o una Ferrari firmada por Pininfarina? También es posible que los falsos maestros del arte oficial terminen por fatigar al público.

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