El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

jueves, 6 de enero de 2011

Verano Coetzee El libro del año

Verano, la tercera parte de las memorias del Nobel sudafricano J. M. Coetzee, es el libro del año de Babelia. 55 especialistas de la revista literaria y cultural de EL PAÍS lo han elegido. En 2010, la autoficción, en su variable de memorias y autobiografías noveladas, está entre lo más destacado. El ensayo vuelve a eclipsar a la novela.

Por Colm Tóibín

Desde el comienzo de su carrera, al novelista surafricano J.M. Coetzee le ha interesado jugar con la forma y la voz. A veces, como en la versión que hace de Robinson Crusoe en Foe, o en su oscura exploración de la vida de Dostoievski en El maestro de Petersburgo, ha jugado con la historia literaria, la forma literaria. En otras novelas, como la magistral evocación de la crueldad y la represión que esEsperando a los bárbaros o su surrealista remembranza de Suráfrica en Vida y época de Michael K., su tono es sombrío, impredecible, y los libros están llenos de vidas intensamente imaginadas y absolutamente memorables. En otras novelas, como Desgracia, el tono es más controlado, mientras que, en La edad de hierro, con su dominio de la voz en primera persona --la de una anciana surafricana blanca próxima a la muerte--, su imaginación muestra la increíble empatía que hace que sea uno de los más grandes novelistas en activo en el mundo.

Hay algo de implacable y despiadado en sus recursos de novelista que es lo que da a sus obras su fuerza, sobre todo cuando, al mismo tiempo, consigue mostrar compasión por los mortales cuyas vidas dramatiza. En Infancia, escenas de una vida de provincias y Juventud, logró adaptar este tono implacable a su propia vida. No ofrece anécdotas coloristas ni hace ningún esfuerzo para justificar sus propios motivos pasados como dignos o buenos. En ocasiones se desprende una frialdad clarividente ante su propio pasado que también aplica a otros, incluidos aquellos con quien tuvo una relación estrecha.

Decir que es un autor de memorias profundamente preocupado por la verdad es decir poco. No busca nuestra aprobación, ni desea el perdón de nadie; no le interesa resultar simpático. Por el contrario, es capaz de anotar sus sentimientos y sus motivos, y las cosas que sucedieron, con un interés feroz y estricto en atenerse a la verdad.

En Verano recupera una actitud juguetona. Imagina que está muerto y que un biógrafo está tratando de reconstruir cómo era su vida en la época en la que escribió sus dos primeros libros, Tierras de Poniente yEn medio de ninguna parte, entre 1971 y 1977. El biógrafo tiene que trabajar con sólo unos fragmentos de memorias; algunos quizá no son fiables. De modo que parte en busca de personas que conocieron a Coetzee en aquellos años y las entrevista. La mayor parte de la novela consiste en las transcripciones de dichas entrevistas.

En gran parte de su ficción, Coetzee es discreto. Aunque las novelas nacen del interés por la muerte y la oscuridad, la crueldad y la frialdad, el dolor y el conflicto, no son, en su mayoría, una exploración de un único punto de vista. Esta sensación de distancia es lo que les otorga su carácter magistral; también es lo que las hace extrañamente espeluznantes. Pero resulta que Coetzee también es un genio imaginando las vidas de otros; es capaz de presentar al lector esas vidas con un cuidado y un sentido del detalle que, en su capacidad de comprensión, resultan amables, casi generosos, casi afectuosos.

En Verano no sólo logra captar su vida --y, desde luego, se asigna a sí mismo muchas cualidades que no son nada admirables-- sino que, utilizando con talento y delicadeza sus voces, evoca a cuatro mujeres que estuvieron presentes en su mundo durante aquellos años. Les da vida con la misma fuerza con la que se la da a su viejo yo.

Sin embargo, como novelista, deja un margen juguetón al lector; algunos de los "hechos" que presenta pueden no ser verdad; algunos de los personajes "entrevistados" pueden no haber vivido jamás. Pero él está trabajando con una verdad superior a la de los meros datos, una verdad que nos llega de dos formas.

La primera es la figura del propio Coetzee, que es tan frío y sexualmente torpe como el protagonista de Juventud, y tan callado y ensimismado como el chico de Infancia. Sus deseos, su afecto, tienen una presencia extraordinaria en el libro; su personaje es una figura melancólica --desesperado por falta de amor, lleno de culpa, incómodo con su familia, con las mujeres y con el propio mundo-- que el libro transmite en un tono implacable y con un detalle despiadado.

Y las mujeres son completamente cruciales. Son una mujer casada con la que tuvo una relación; una prima muy querida; una bailarina brasileña de la que se enamoró, y una colega francesa. Cada una de ellas posee una voz y una personalidad que sólo un novelista magistral podía crear. En torno a ellas, como si ocupara el espacio entre las palabras, está el padre del personaje, derrotado y desilusionado, y magníficamente delineado en este ingenioso relato. Y está además la sensación de una Suráfrica manchada por el pecado, maldita y, sin embargo totalmente inolvidable, en esta novela que se niega a hacer nada que no sea contar la verdad con todos sus detalles más pequeños y aburridos, y consigue, a pesar de ello, o tal vez por ello, elevarse por encima de la verdad y convertirse en un libro callado y esculpido de forma majestuosa.


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