La mirada perdida en un futuro inexistente, la tranquilidad que dan los años y saber que no hay NADA que hacer, dioses que abandonan a sus adoradores y seguidores, nuevos profetas que hacen del dinero su razón de ser pululan por calles y ciudades atiborradas de gente sin destino ni perspectivas posibles. Ahora solo queda sentarse y esperar la parca, sin miedo, sin afán, sin ansiedad, no hay FUTURO, ni lo ha habido ni lo habrá.
Lo que sé a los sesenta años, ya lo sabía a los veinte. Cuarenta
años de un largo, superfluo trabajo de comprobación.
Se que mi nacimiento es una casualidad, un accidente risible, y,
no obstante, apenas me descuido me comporta como si se tra-[12]tara
de un acontecimiento capital, indispensable para la marcha y el
equilibrio del mundo.
Mi facultad de decepción sobrepasa el entendimiento. Ella es
quien me hace comprender a Buda, pero también es ella quien me
impide seguirlo.
Aspirar, en lo más profundo de uno mismo, a estar tan desposeído,
a ser tan lamentable como Dios.
En este momento, me siento mal. Este acontecimiento, crucial para
mí, es inexistente, inconcebible para el resto de los seres, de todos
los seres. Salvo para Dios, si es que esa palabra tiene algún sentido.
¿Qué es una crucifixión única comparada con la cotidiana que sobrelleva
quien padece de insomnio?
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