El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

jueves, 21 de enero de 2010

La hora de la estrella

Clarice Lispector
Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días. Pero estoy preparado para salir con discreción por la puerta trasera. He experimentado casi todo, aun la pasión y su desesperanza. Ahora sólo querría tener lo que hubiera sido y no fui.
Llegar a la Lispector fue una de esas cosas del azar que con el paso de los años, uno busca explicarse; por eso recuerdo una película de Susana Amaral, llamada "La hora de la estrella", y con ella en mi mente surge la imagen de Macabea y Olimpico, los dos protagonistas de esta historia, "Ahora mismo compruebo que la pobreza es fea y promiscua. Por eso no sé si mi relato va a ser..., ¿a ser qué? No sé nada, todavía no me he animado a escribirlo. ¿Tendrá acontecimientos? Los tendrá. ¿Pero cuáles? Tampoco lo sé. No estoy tratando de crear en ustedes una expectativa ansiosa y voraz: es que realmente no sé lo que me espera, tengo un personaje en ebullición entre las manos, y se me escapa a cada instante, con la pretensión de que yo lo recupere...... He olvidado decir que todo lo que ahora estoy escribiendo está acompañado por el estruendo enfático de un tambor batido por un soldado. En el momento mismo en que empiece el relato, al punto callará el tambor."
Continua diciendo que: "Para dibujar a la chica tengo que dominarme, y para poder captar su alma tengo que alimentarme con frugalidad de frutas y beber vino blanco helado, porque hace calor en este cubículo en que me he recogido y desde el que tengo la veleidad de querer ver el mundo. También he tenido que abstenerme de sexo y de fútbol. Sin hablar de que no me comunico con nadie. ¿Volveré algún día a mi vida anterior? Lo dudo mucho. Ahora advierto que olvidé decir que entre tanto no leo nada para no contaminar con suntuosidades la simplicidad de mi lenguaje. Porque, como he dicho, la palabra se tiene que parecer a la palabra, instrumento mío. ¿O no soy un escritor? En verdad, más bien soy un actor, porque con sólo una forma de puntuar logro malabarismos de entonación, hago que la respiración ajena me acompañe en el texto."

Ésta es la 'historia de una inocencia herida, de una miseria anónima', una breve e intensa visión del absurdo que supone una existencia anodina, una rutina vacía tanto de pensamientos como de afectos, como es la del personaje de la insignificante y escuálida joven norestina permanentemente anonadada, una muchacha que 'no sabía que ella era lo que era' y que por ello 'no se sentía infeliz'. En las páginas de La hora de la estrella aparece con toda su fuerza el personalísimo estilo de Clarice Lispector: su peculiar forma de transformar las palabras en imágenes vigorosas y puras se une aquí a una compleja estructura formal.


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