Cuenta la leyenda que un cacique defendió sus tierras con tal fiereza, que aún hoy en día, las pocas zonas forestales conservadas en el centro del país, son las tierras que el cacique buscó que permanecieran sin la presencia de depredadores y de forasteros. Por eso también extraña como es posible que un reyezuelo de turno, con sus estrábicos ojos y perdido en sus ínfulas y sus maniqueas costumbres, ordena sea negada la función y la memoria del cacique, para entronizar uno de sus cómplices de fechorías en el lugar que le corresponde al aborigen.
Sólo en el pueblo se recuerda el escozor que produjo escuchar como se lanzaban a la basura las concertaciones y un año de trabajo. Todo en un minuto, que se convirtió en un eterno minuto que como un hierro para marcar ganado ha estado presente desde ese día en la piel de sus moradores. Los corredores ahora cargan las cadenas de las canalladas de años de usurpación, saqueos y prebendas y de premio, ahora por decreto se tiene que eternizar en la memoria y en las placas que rasguñan las paredes de la antigua casona, el nombre de un desconocido.
Si alguna vez este personaje pisó las feraces tierras del tigre, no lo hizo para llevar algún tipo de desarrollo o para mejorar las condiciones de los habitantes del pueblo, si alguna vez lo hizo, fue en las correrías que suelen hacer cada 4 años en épocas prepillaje. Ahora nadie quiere saber de los sueños que por primera vez en la historia de la región se habían construido colectivamente, ahora nadie quiere ir a Pueblo Nuevo, ahora nadie busca el lugar y el rincón que siempre soñó, ahora se espera que un nuevo emperador llegue y haga lo que a bien le plazca, porque con esto se demostró, una vez más, que la idea de una sociedad justa e igualitaria es otro espejismo.
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