El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

martes, 12 de enero de 2010

solitario

.. Los poetas mienten demasiado...lee en un graffiti en un baño y en ese momento Gabriel cae en cuenta de lo equivocado que está al creerse un poeta. Su vida al lado de esa mujer no había tenido mentiras porque todo se lo contaba y todo se lo comunicaba, incluso había llegado a describirle las fantasías eróticas con otras mujeres. Y fue en ese momento que Gabriel tuvo su primera gran decepción con las letras, en ese preciso instante, se dio cuenta que ya no sería Bolaño, ni comería arroz ni moriría joven en un país lejano, también supo establecer una relación directa con Javier Marias por los minuciosos detalles con los que le ambientaba sus recuentos, los cuales, abiertos y francos no le ocultaban nada a ella.
Ahí en ese sacrosanto lugar, el baño, Gabriel supo que no sería un poeta.
Por su mente comenzaron a cruzar todas y cada una de las mujeres que en sus correrías por el departamento había dejado pasar por guardarle fidelidad al amor de su vida, mujeres que asistían a su consultorio con ánimos y deseos camorreros, llevando vestidos sugestivos para que el doctor las examinara y de paso tirarle el anzuelo a una vida mejor.

Otro día Gabriel salió del consultorio, guardó el fonendo en el bolsillo de su bata y se la quitó. Con cabeza gacha comenzó a caminar y recorriendo los pasillos del puesto de salud recordó la historia de Lina la muchacha que había sido su novia. A ella tampoco le había mentido, segunda gran decepción.

Su historia con Lina había tenido las características de una tragicomedia romántica. Ella en un arrebato de independencia y según sus palabras "en búsqueda de algo distinto", lo había abandonado y había destrozado el sentimiento que existía entre los dos. Las horas alcoholizado y llorando con los pocos amigos que aún tenía, y hablando de literatura, le devolvieron el poco autoestima que le quedaba.
Si bien la literatura en este caso fue su escape, también fue el origen de su nueva tragedia.

Horas y horas de lectura en la biblioteca universitaria le permitieron comenzar a observar de reojo a aquella muchacha, el amor de su vida, que en sus horas libres realizaba una monitoría.
Primero fueron unos versos, luego unos cuentos y por último unas novelas, pero no de caballería ni de amor cortés las que lo acercaron a ella.
Las novelas que juntos leían en las cafeterías y pasillos de la universidad pasaron a ser discutidas y comentadas en el cuarto de la residencia donde vivía.
Allí se estableció una alianza afectivo-literario que trajo como consecuencia el inevitable reconocimiento por parte de los miembros de la "Oficina" de la nueva supernumeraria.
Si bien en un comienzo las cosas fueron bien, la presencia de ella en las juntas y reuniones extraordinarias se convirtió en un hecho cotidiano, al punto de serle ofrecida una butaca dentro de la misma.
Nadie en ese momento imaginó lo que vendría a continuación.
Ni siquiera él que todo lo contaba y todo lo comunicaba.

Una tarde, luego del trabajo, reunidos en la oficina con todos los ingredientes para desarrollar una buena sesión, como son los comentarios sarcásticos, grotescos e irónicos y la frecuente y fructífera visita de hermosas mujeres, las autoflagelaciones ácidas no se hicieron esperar, entre risas y opiniones mordaces se destrozó el arte, los artistas y las facultades, ese día no se salvó ni la realidad local, al igual que hubo mucho tiempo para los amores y desamores.

En pleno momento cumbre de la sesión hace su aparición una mujer, es M, que entra oronda y sin mediar palabra dice:
¡Gabriel! ¿Cómo estás?
Y M lo besa en la mejilla.
Gabriel anonadado, no sabe qué hacer.
Mira al amor de su vida, que enrojecida de la ira y del alcohol tan sólo toma el bolso y sale del lugar.
Gabriel corre tras ella, pero M lo toma del brazo y dice: ¡Espera estoy aquí!
En ese instante Gabriel duda y no entiende lo que pasa y le grita en la cara a M:
¡Déjame!
Al voltear la cara tan solo alcanza darse cuenta cómo, el amor de su vida, toma un bus, que raudo se pierde entre el tráfico.
Manda instintivamente la mano al bolsillo y saca el celular, le marca al amor de su vida, pero no encuentra respuesta.
La voz que en el celular dice que la llamada será enviada al correo de voz y tendrá cobro desde ese momento... le trae el recuerdo de una noche en la facultad en el que M llorando le contó la triste historia de su ruptura amorosa y cómo él la había acompañado hasta su casa y habían amanecido en la cama de ella.
Esa situación, para el que todo lo cuenta y el que todo lo comunica, se le había pasado por alto.

Ahora solitario y triste camina por las calles buscando a sus amigos, pero en su rostro una mueca, como una sonrisa, lo delata.
Cree que, ahora, sí podrá ser un poeta.

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