El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

miércoles, 20 de enero de 2010

Pensador

Despertar con el sonido de dos equipos a todo volumen, en una calle exenta de bares y discotecas es un acontecimiento especial para mí, sobre todo si el día es un domingo y son la siete de la mañana. No es que la noche anterior hubiese una fiesta o algún evento en particular, no esa no era la razón. Dos despechados al mismo tiempo escuchaban sus respectivas tragedias en boca de otros. Desde "solo un cigarro me acompaña" hasta "tú eres la reina" de un cantante de vallenato, mi amanecer es un contrapunteo del despecho y gana el que más alto tenga el volumen.
Despierto decido prepararme un café e internarme en la lectura del periódico local, que como siempre solo trae basura que se despacha en 15 minutos, solo lo hace amigable la sección cultural y los sudokus de las tiras cómicas, lo demás, es la misma bazofia cotidiana de apologías y panegíricos e insultos.
Un cigarrillo y el café me sacan de la música que en la calle compite en estridencias, y me pone a desarrollar el primer sudoku, intento con uno fácil, para no complejizarme el día. Entonces me adentro en las cavilaciones que pudieran estar haciendo los dos despechados. Me imagino escuchando esa música con una lágrima en la mejilla y una copa en una mano, mientras en la otra el cigarrillo se consume sin fumarlo.
También pensé en lo qué estaría haciendo si fuera una mujer, y como sus complejos e intrincados mundos son un misterio para mí, me sería difícil imaginármelos, entonces, decidí llamar a una amiga para que me contara qué cosas hacen en esas situaciones.
Las respuestas me parecíeron normales, muy similares a las de los hombres, pero me llamó la atención cuando dijo que se pondría a mirar los álbumes de fotografías, para dejar sólo en la memoria los momentos felices, para fortalecerse y de paso revivir.
El odiar y olvidar son dos opciones, pero prima el rencor por lo sucedido, sea el motivo que sea.
Dice que desarrollaría ese sentimiento, y nunca perdonaría, y eso me sorprende.
¿Por qué no perdonan y olvidan?
¿Qué duele tanto?
¿Los egos sienten?

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