El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

martes, 19 de enero de 2010

La fiesta de quince

El viernes llegaron más temprano que de costumbre, sus rostros tenían la expresión de satisfacción que produce hacer el amor con quien se ama, y en sus miradas se notaba la complicidad de los amantes.
Él y ella desde el día que se conocieron creyeron que su amor sería para toda la vida y que estaban hechos el uno para el otro.
Él la observa enamorado, ella le devuelve una tierna mirada, mientras sus manos se entrelazan en un juego de coger y soltar los dedos, pues, sólo un roce sutil en la yema los excita.
Él piensa que van a tener a tener varios hijos, ella le ha dicho que quiere cuatro. Él la extraña cuando va a la universidad y ella no soporta dejarlo solo y siente celos de las compañeras de clase, viéndolas como rivales en potencia.
Con el pasar de los días no sólo eran ellas, también comenzó a sentir celos de cada una de las mujeres hermosas que van por la calle.
Él se reía de sus ocurrencias y de vez en cuando para burlarse, hacía comentarios que la incomodaban, la ponían de mal genio y la hacían sentir insegura.
Los fantasmas fueron en aumento, cada salida a cine, a un restaurante o a un centro comercial era una enfermiza situación que comenzaba a desesperarlo, pues ninguna mujer podía saludarlo sin tener luego una escena histérica, patética y cursi.
Ella creía solucionarlo todo con un simple: -¡es que te amo mucho!-, pero a sus oídos esta excusa ya sonaba chillona y repetitiva, e incluso sulfuraba a quien los acompañara en ese momento.
aquella tarde de sábado fue especial, hacía mas de veinte días que ella le había insistido que tenían que ir ala fiesta de quince de su primita, pero él evasivo, le repetía que para ese día tenía programado un paseo a la finca de unos amigos en Girardota. Esta era su disculpa para no tener que ir a rumbas de imberbes y reguetoneros jovencitos. Esa fue su justificación en los días siguientes y cuando el tema se traía a cuento.
Desde las horas de la mañana todo estaba analizado, llegado el momento el plan se desarrollaría como él lo había pensado, por eso la tarde anterior estuvo lavando y revisando la moto; así nada podía fallar.
Con premeditación no le respondió el celular en la mañana y ella, hecha un mar de dudas, de todo imaginó, incluso pensó lo que le diría y cómo le respondería al verlo.
Ella salió para el salón de belleza.
Él con sus amigos comenzó a tardear bebiendo cerveza.
Ella pasó las horas entre secadores y arreglo de uñas.
Él entre cervezas, chistes flojos y comentarios sobre viejas.
A ella el ruido del secador y la peliteñida que estaban cepillando en la silla del lado la pusieron a pensar en cómo sería la grilla que él se iba a rumbear en la finca.
Sentía rabia y la embargaba una impotencia que aumentaban sus deseos de llorar.
Una lágrima comenzó a rodar por su mejilla y a dañar el recién puesto maquillaje, pero la contuvo para no pagar un retoque.
Él reía y sus amigos celebraban lo que iba hacer.
Ella llama a una amiga para desahogarse y contarle los planes de su amado. La amiga se solidariza con epítetos y calificativos de alto calibre.
Él ya siente que las cervezas comienzan a hacerle efecto y decide parar de beber, pues está manejando la moto.
Ella masculla, maldice y reniega de su suerte y vocifera:
¿Todos los hombres son iguales!
Él invita otra ronda pero no bebe.
Ella le timbra al celular, pero la envía al correo de voz, haciendo que su frustración se aumente.
Él se despide de sus amigos y se va para su casa.
Ella comienza a vestirse, advirtiendo que la lágrima que rueda por su mejilla le hace un surco que estropea su maquillaje.
Él lentamente en su cuarto organiza todo, toma el otro casco y el otro chaleco, que tiene dispuestos para su acompañante y sale de su casa.
Ella termina de arreglarse y un ahogo contra su pecho hace que sienta unas incontenibles ganas de comenzar a llorar. Tomando aire le vuelve a marcar, al quinto repique le responde.
Él un poco agitado le dice, voy en camino tuve que parar para responderte.
Ella le dice:
-Eres el ser más deshonesto e hijo de puta que he conocido en mi vida, lo mejor que podes hacer es quedarte con la que vas a verte hoy en la finca, porque conmigo no más y te lo digo, lo mejor es que me olvides.-
Él queda callado.
Ella sigue.
-Siempre he pensado que eras un faltón y una poca cosa para merecer una mujer como yo. Todo lo que he hecho por ti, lo hice por lástima, para que no te sintieras solo, al no tener familia en Medellín, y te lo repito, ¡NO CUENTES MAS CONMIGO!
Ya tengo a Andrés el compañero del semestre que me echa los perros y va a ir conmigo a la fiesta.
Lo mejor es que cada uno haga su vida por su lado, total esto no iba para ningún lado.
Y te cuento desde hace días estaba buscando el momento para decírtelo:
¡Lo nuestro se ACABÓ!
Porque usted, sus grillas y sus amigos se van para la mierda.
Ella cuelga el teléfono
Él vestido de cachaco y con unas lágrimas en los ojos, no se atreve a timbrar en la puerta de ella, donde había contestado la llamada.
Paralizado observa que el casco y el chaleco alumbraban en su moto,
Y ya no podrá llevarla a la fiesta de quince.


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