El monólogo suele ser de una sinceridad terminante. No hay interlocutor con quien medirse. El diálogo suele ser de una cómplice sinceridad: en el mejor de los casos es tu palabra junto a la mia. Pero más allá del diálogo aparece ya el espectador y el testigo. La sinceridad se ha hecho imposible. Más allá del diálogo empieza la representación. Rafael Argullol

domingo, 17 de enero de 2010

Suzuki LJ modelo 79

Parado en una esquina de la gran ciudad y con un cigarrillo en los dedos, su rumbo aún no estaba decidido, esa tarde luego de la oficina no sabía ni tenía idea que era lo que iba a hacer.
La rutina lo tenía cansado, salir de la oficina para recorrer unas cuadras y comprar dos presas de pollo frito con arepa, medio paquete de cigarrillo y en la cigarrería de la esquina de su casa, comprar una gaseosa, para encerrarse a pasar canales de la tele o leer un periódico viejo, no era un programa que le alegrara hacerlo todos los días.
Por eso ese día estaba dispuesto a lo que fuera.
Pero cuando esa mujer frenó violentamente su Suzuki LJ modelo 79 frente a él, pensó que iba a ser atropellado. Asustado miró por el parabrisas y vio en el rostro de ella, una sonrisa y un gesto, tal vez, demasiado insinuante, como si se estuviera burlando.
Instintivamente dijo: -¡Disculpe señora!-
Y le escuchó decir: -disculpeme a mi, iba distraida-.
-¿Le pasó algo?-, dijo ella.
-Nada-, respondió él.
-Si necesita algo lo llevo a urgencias- le dijo en tono amable.
-No se preocupe no pasó nada, estaba englobado- le explicó él.
-Déjeme estacionar y miro que le pasó-, susurró ella.
-No es nada, siga su camino, que no es para tanto-, murmuró entre dientes.
Pero cuando ella parquea y se baja del carro, quizo tragarse lo que había dicho.
Del Suzuki se baja una mujer con cabello rizado con una sonrisa y un andar que le parecíeron verla danzar sobre la acera.
La mujer le dice que lo lleva a tomar algo para que se le pase el susto, y el sólo piensa en cómo ella le lee el pensamiento y acepta automáticamente.
En una tienda él pide una cerveza y ella hace lo mismo, le dice que se asustó porque también ella se había distraido y que lo mejor era una cerveza para estar relajada.
Como si fuera una cita clandestina se presentaron mutuamente, entre risas y timideces manifiestas.
A él, ella le había impresionado y a ella, él le parecía un tipo tierno.
Hablaron y se contaron sus vidas, con resúmenes ágiles.
Hasta que ella le preguntó:
-¿Para dónde vas?-
El no sabe que decirle y solo atinó a responder,
-no tengo un rumbo en este momento-
Ella queda igual de perpleja, pues no esperaba esa respuesta, ya que pensaba llevarlo a donde él le dijera.
Pero ahora sin un lugar a donde llevarlo, decide invitarlo a su casa. Aunque para sus adentros le parece una osadía, pero la seguridad y la confianza que le dió, hizo que se lo propusiera.
-Si no tienes nada que hacer te invito a comer a mi casa-
Él respetuoso y tímido acepta.
La ruta por la avenida Guayabal le hizo pensar que ella vivía en Itagüí, y no estaba equivocado. Llegaron a una calle en una loma y ella dice:
-Aquí vivo-
Él se baja y espera a que ella abra la puerta. La espera le parece eterna, mientras de reojo observa las ventanas de las casas vecinas, que mueven sus cortinas, sin recato ni disimulo.
Ya adentro ella lo hace sentar en la sala y le dice que:
-¿Qué quieres?-, él no sabe que responder.
-Lo que tengas- dice por salir del paso.
-¿Aguardiente, cerveza o ron?-
Ante esta propuesta queda más confundido y se pregunta:
-¿qué es lo que quiere esta vieja?-
-Un aguardiente con agua, por favor- le responde.
-Tomaré uno contigo- dice ella
Y va a la cocina y saca de la nevera un litro y una botella de agua, luego busca encima de la estufa y toma unas copas y las lleva a la sala.
Él inquieto observa los cuadros y la música que están sobre el equipo de sonido.
Mientras tanto ella toma el teléfono y hace una llamada, a los cinco minutos el timbre de la puerta suena y aparecen por la puerta tres mujeres.
Él se muestra sorprendido y su timidez aumenta.
Luego se presenta como todo un caballero levantándose de su silla y acercándose a cada una de ellas.
Los comentarios que se hacen en voz baja, lo intimidan aún más.
Los tragos lo desinhiben y poco a poco, entra en confianza, hasta que una de ellas lo saca a bailar.
En ese momento, al sentir las caderas de la mujer frotarse por su pantalón, se dijo para sí:
o todo o nada.
Al día siguiente, y ya en su cama, no recuerda muy bien lo que pasó esa noche de copas, solo sentía las manos de todas las mujeres pasar por su cuerpo y especialmente sentía el ardor dejado por las uñas en su piel, vestigios de cómo ellas le habían arrancado la ropa mientras reían. El olor a humores y sudores le decían que algo más había pasado esa noche y lamentaba no recordar ningún detalle.
Para hacer memoria se para todas las tardes en la misma esquina en la que aquel Suzuki amarillo, casi lo atropella.

1 comentario:

DIANA MARIA RAMIREZ GALEANO dijo...

Suspicacia y creatividad a flor de piel..... Muy bien.